jueves, 23 de julio de 2009

5 – Los tres meses en los que Don Damián fue inmortal y las increíbles aventuras que vivió en aquellos días – Capítulo I


Se llamaba Javier, pero a los 35 años decidió llamarse Don Damián.
Don Damián, mientras fue Javier era bastante apocado y cobarde. Toda su vida, hasta el cambio de nombre, la pasó evitando riesgos innecesarios y labrándose un futuro seguro y confortable. Nunca probó el alcohol, ni el tabaco, y por supuesto, ningún tipo de droga mancilló su cuerpo. Una vez cayó en la tentación del sexo, pero decidió que, aunque en compañía era más placentero, consigo mismo era infinitamente más sencillo y menos problemático. Siguiendo esta doctrina, siempre se mostró completamente reacio a la compañía de mujeres, exceptuando a las consanguíneas.
Sus diversiones durante esos años fueron variadas e igual de excitantes que él. Probó el deporte, pero lo dejó por el riesgo de lesiones o, peor aún, de infartos de miocardio. Así que lo cambio por una dieta baja en sales, grasas, azucares, especias, lácteos, y cualquier cosa que pudiera dar sabor a la comida, y así convertirla en una peligrosa bomba de relojería vascular. Intentó también adentrarse en el mundo de la construcción de maquetas, pero se quedó atónito al descubrir la ingente cantidad de productos tóxicos que contenían las pinturas y pegamentos, así que desechó también este divertimento.
Después de mucho indagar descubrió dos actividades que le podrían entretener sin exponer su sagrado cuerpo a los peligros del mundo exterior: la papiroflexia y la alfarería. La primera, siempre y cuando evitara el uso de tijeras, era una opción estimulante y necesaria para el desarrollo de su mente. El segundo pasatiempo, bien resguardado con una mascarilla y guantes, haría que su mente volara en un mundo de fantasía.
Así pasó sus años de juventud, evitando todos los peligros que la vida le podía ofrecer, y ahorrando todo lo posible para ingresarlo en su plan de pensiones y así prepararse una plácida vejez.
El diez de Abril de 1996 Javier volvió del médico muy decaído. En su quinta revisión anual el médico le dio una noticia funesta. Javier tenía una extraña, incurable y terminal enfermedad. No llegó a enterarse bien del nombre de su mal, era muy largo y tenía muchas eses y por lo menos tres equis, pero le quedaron muy claras sus consecuencias: en tres meses se le habrían acabado las pajaritas de papel.
Pasó las tres primeras horas de sus tres últimos meses de vida llorando como un niño, pero de repente, una extraña e inquietante idea se abrió paso en su cerebro: Le quedaban tres meses de vida, eso significaba que dentro de tres meses moriría, con lo cual, durante tres meses iba a ser inmortal.
Durante años se han escrito decenas de sesudos estudios filosóficos acerca de este razonamiento de Don Damián, pero no se ha llegado a un consenso. Algunos opinan que este fue uno de los más brillantes silogismos de la historia moderna, otros aducen que el individuo que dijo aquello debía de ser imbécil. Digan lo que digan unos y otros, el caso es que efectivamente Don Damián fue inmortal durante esos tres meses. Este hecho es incontestable, ya que Don Damián no murió hasta que se le pasó el efecto de su estado inmortal, justo tres meses después de que proclamara su indestructibilidad a los cuatro vientos.
Don Damián dedujo que con su nueva cualidad debía ir parejo un nuevo nombre, Javier no era, ni mucho menos, un nombre adecuado para un semidios como él. Así que decidió convertirse en Damián, calificativo mucho más apropiado. Además pensó que aún quedaría mejor anteponiendo la palabra “Don” a este nombre, ya de por si más respetable y con mas clase que Javier. Fue entonces cuando Javier, el humilde y apocado joven, se convirtió en Don Damián, el hombre que sería inmortal durante tres meses.
La segunda sorpresa que se llevó ese día fue la de que además de inmortal era millonario. Al descubrir el tiempo que le quedaba de vida, decidió ir al banco para cancelar todas sus cuentas. Justo después vendió su casa a una inmobiliaria por la mitad de su precio, con la condición de recibir el dinero en el momento, y lo mismo hizo unas horas después con su coche y parte de sus pertenencias. Con todos los billetes en un maletín, se fue a su casa a recoger su ropa y contar su capital. El total, después de treinta y cinco años de ahorro y austeridad, ascendía a cuatrocientos mil euros exactos, lo que le dejaba ciento treinta y tres mil trescientos treinta y tres euros con treinta y tres céntimos, o quizá algo más porque el resultado acaba en periodo, para sus gastos mensuales. Eso significaba que disponía para cada día y durante tres mesas de la nada despreciable cifra de aproximadamente tres mil trescientos treinta y tres euros con treinta y tres céntimos, más el periodo de esos céntimos.
Este descubrimiento le abrumó. Se sentía muy feliz, pero al mismo tiempo notó que sobre sus hombros recaía una inmensa responsabilidad. Durante su “periodo especial”, como él mismo lo denominó, no podía perder el tiempo, ahora sabía que estaba llamado a hacer cosas increíbles que deslumbraran al mundo, al fin y al cabo, si es extremadamente difícil encontrarse con alguien inmortal, lo es mucho más que ese ser único además sea rico, ya que estas cualidades no suelen ir parejas.
Como primer paso en su esfuerzo por dejar huella en la historia me contrató a mí, un humilde aunque próspero panadero, con la finalidad de ir recogiendo testimonio de sus aventuras para las generaciones venideras. Después de mi inclusión en su vida, Don Damián pensó que, ya que nunca se había alejado más de dos kilómetros de su casa, era hora de viajar y conocer otros países. Con esta idea en la cabeza, visitamos la agencia de viajes del barrio. Esta experiencia fue sumamente frustrante para mi patrón, ya que sólo encontró problemas a su plan. Su primera opción era África, el continente negro, el lugar perfecto donde dar rienda suelta a sus ansias de aventura, pero desgraciadamente le advirtieron que dos meses antes de partir debía vacunarse contra toda una serie de peligrosas enfermedades que le podían acechar durante su estancia, a saber: fiebre amarilla, cólera, fiebre tifoidea, hepatitis A, hepatitis B, meningitis meningocócica, poliomielitis, rabia, tétanos, paludismo, tuberculosis, y algunas infecciones más que no me dio tiempo a apuntar. La cara de Don Damián comenzó a cambiar de color al tiempo que escuchaba la relación de enfermedades y sus posibles síntomas, pasó al blanco cuando escuchó fiebre y nauseas, al oír diarreas y vómitos su cara se fue tornando azul pálido, y el verde tornasolado se lo provocaron la insuficiencia renal, deshidratación y la hipopotasemia, de esta última sospecho que no sabía su significado, pero desde luego no se atrevió a preguntar. Ante aquel panorama no podía tomar otra resolución que no fuera la de desistir de ese destino, no podía aplazar dos meses el viaje y, aunque sabía a ciencia cierta que durante tres meses no podía ser muerto por enfermedad alguna, tampoco era cuestión de pasar ese tiempo sudando como un puerco y viendo cómo se deshacían sus intestinos.
La segunda opción fue visitar las praderas americanas y convivir con alguna tribu india. Esta posibilidad era más factible, pero la desechó por su aversión a dormir al raso, Don Damián tenía una piel muy delicada y se le podía estropear con tanto aire puro. Así se siguieron enumerando opciones y mi patrón las fue eliminando una a una. Europa, según decía, era demasiado fácil y poco atractiva para un aventurero como él sin miedo a la muerte, ir a Laponia era una tontería, que sentido tenía realizar cualquier hazaña si nadie podía verla, a Japón y a estados unidos les pasaba lo mismo que a Europa, poco excitantes, y además sospechaba que la comida de allí no sería del agrado de su delicado estómago, demasiada grasa en EE.UU. y mucho pescado crudo en la nación del sol naciente, en Rusia hablaban raro y además hacía demasiado frío, la India ya estaba llena de gente y no tenía ningún objeto el perderse nada más llegar, Australia estaba muy lejos y China, bueno de China solo dijo que estaba lleno de chinos, explicación que nunca llegué a entender del todo, pero que seguro que tendrá una lógica aplastante para alguien con más conocimiento que yo.
Así pasamos la tarde, Don Damián iba rebatiendo todas las opciones del comercial de la agencia con una inteligencia y perspicacia dignas de admirar, hasta que, de malos modos, se nos invitó a salir del establecimiento.
Cansados y tristes, nos fuimos a un bar para pensar en otros retos en los que mi jefe pudiera dedicar sus capacidades. Al llegar, Don Damián estudió rápidamente el lugar y encontró una mesa de su agrado, cerca de la puerta, por si había que salir huyendo al desatarse algún incendio imprevisto, y de cara al camarero, por si este, en un ataque de envidia de sus fantásticas dotes decidía intentar apuñalarnos. No creí necesaria tanta cautela, pero que sabía yo de la vida.
Después de cinco minutos, en los que Don Damián se afanó en limpiar su silla y la mesa con un trapo empapado en desinfectante, estudiamos concienzudamente su caso y las opciones que tenía. El viajar quedaba descartado, el único destino que le agradaba era Benidorm, pero estaba llena de viejos, y algo le decía que no eran de fiar, así que nos centramos en las posibilidades que nos ofrecía nuestra ciudad. Un repentino brillo en sus ojos me advirtió que se la había ocurrido una gran idea. ¡Vámonos de putas!, me dijo.
Mi ciudad es mediana y sólo tenemos una cosa que nos distingue de las demás, ni es ni mucho menos la más lujosa, ni la más poblada, ni la más cosmopolita, pero tenemos el honor de albergar el puticlub más grande del país, y creo que aún de toda Europa. Así que era lógico que Don Damián quisiera comenzar su aventura en un lugar tan emblemático. Nos lavamos concienzudamente y nos dirigimos hacia nuestro destino con la satisfacción de tener un propósito en la vida. Allí nos acogieron con una amabilidad tremenda, sobre todo después de que mi patrón le enseñara a la camarera su fajo de billetes. Enseguida nos encontramos rodeados de cinco bellas señoritas que intentaban agradarnos con sus sensuales acentos internacionales. Después de mucho insistirle, Don Damián me dio permiso para dejarle solo y acompañar a Melissa y Bamby, dos hermosas amazonas rubias, hasta una habitación. Ese error pudo costarme mi trabajo, ya que mientras mi estupidez y mis bajos instintos me distraían de mi importante faena, mi patrón no tardó en encontrar problemas en el piso de abajo.
Después de acabar mi momento de esparcimiento con las dos señoritas, y mientras les insertaba cuidadosamente varios billetes de cincuenta euros en sus escotes, escuché un gran jaleo proveniente del piso inferior. Bajé corriendo y encontré a Don Damián, levantado del suelo por tres hombres fornidos que lo insultaban y zarandeaban. Intenté liberarlo, pero poco pude hacer, en unos segundos me alzaron a mí también, nos sacaron a la puerta y nos lanzaron contra unos cubos de basura.
Cuando logramos recuperarnos del golpe, nos levantamos malheridos y anduvimos tambaleándonos hasta el hospital. Allí atendieron mis heridas. Don Damián rehusó ser curado, ya que su inmortalidad le hacía inmune a las heridas, y además no le hacían demasiada gracia las inyecciones. Después de aquello nos fuimos a su hotel, el más lujoso de la ciudad, que sería su hogar durante los tres meses siguientes. Mientras limpiaba sus heridas con agua oxigenada, me explicó los trágicos acontecimientos que nos llevaron a salir volando del puticlub.
El tiempo y la perspectiva que da la edad me han hecho darme cuenta del porque de la animadversión que causaba Don Damián a cierta gente, es sin duda por culpa de la envidia que produce en los seres inferiores el encontrarse con alguien tan extraordinario. Eso nos condujo a una infinidad de problemas que tuvimos que afrontar mi patrón y yo con valentía y perspicacia. Aquel día en concreto, la estupidez y el disparate convirtieron la agradable charla que Don Damián mantenía con aquellas chicas en un despropósito. Todo comenzó cuando mi guía y protector le hizo a las chicas unas inocentes preguntas acerca del estado de su higiene personal, algo por otro lado completamente lógico, Don Damián era una persona muy escrupulosa y deseaba conocer bien el lugar donde, después de treinta y cinco años, se disponía a introducir por primera vez su más importante apéndice. Estas consultas no debieron sentar muy bien a las damas, ya sea por timidez o por incultura, y montaron gran jaleo, llamando la atención del resto de los clientes. Mi patrón intentó serenarlas haciendo hincapié en su absoluta confianza en la salubridad e higiene sexual de aquellas, pero añadió que con tal elevado número de hombres en la sala, y por pura deducción estadística, se podía afirmar que un gran porcentaje de los presentes no observaban esa pulcritud y desinfección íntima que ellas con seguridad tenían. Eso le llevó a plantearse que, por culpa de un descuido puntual, existía el peligro de que alguno de los miles de bacterias e infecciones que transportaban sus clientes en el vello púbico pasara a alguna de las damas, quedando así a la espera de un incauto como él para saltar al ataque.
Esta disquisición no hizo más que caldear el ambiente, y a las chicas se unieron algunos hombres presentes ofendidos por sus insinuaciones. De nada sirvieron las claras y lógicas explicaciones de Don Damián, se formó un tumulto alrededor de mi pobre jefe, y todos los presentes comenzaron a insultarle. Una chica descubrió su bajo vientre mientras le increpaba, ¡Mira mi chocho, jodio por culo!, ¡está más limpio que tu boca!, un hombre que se encontraba cerca de él le agarró de una oreja y le obligó a arrodillarse y acercar su cara a la vagina de la chica, ¡Mira imbécil!, me la acabo de tirar hace una hora y no hay ni un solo bicho, búscalos a ver si los encuentras. Don Damián, reprimiendo el asco que le producía la cercanía de aquel orificio, pudo continuar con su exposición, alegando que el no temía por si mismo, ya que nada debía temer gracias a su estado inmortal, lo hacía por la posibilidad de contagiar a su vez a una tercera persona, y vivir luego con los remordimientos de haber cometido un acto tan infame. Según me comentó, la chica no debía de conocer el significado de la palabra infame, puesto que nada más oírlo montó en cólera. ¡Infame mi coño!, infame lo será tu puta madre. La prostituta comenzó a patearlo con sus botas de leopardo y, acto seguido, la siguieron en resto de los presentes. Lo demás ya es conocido, entraron los gorilas del establecimiento a poner orden y nos sacaron a rastras del local.
Aquella noche fue triste, pero no nos amilanó. Don Damián y yo todavía teníamos muchas aventuras que vivir.


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Héctor Gomis
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