miércoles, 19 de agosto de 2009

11 – Las Termópilas


Recuerdo bien cuando mi padre me habló por primera vez de la batalla de las Termópilas. En el paso de las Termópilas, un puñado de guerreros espartanos se enfrentaron a un ejercito cuarenta veces superior. Lo hicieron con la certeza de su fracaso, pero con la convicción de que debían hacerlo. Los espartanos conocían de antemano lo imposible de su misión y asumieron su destino con entereza. Fue una batalla perdida antes de comenzar, un grupo de hombres embistiendo de cabeza contra un muro sin ninguna esperanza de moverlo.

Aquel día escuché por primera vez la palabra héroe, y desde entonces cada vez que la escucho recuerdo a aquellos hombres.

Mi abuelo lleva dos años intentando escribir un libro con sus memorias. Mi abuelo no es una persona famosa, ni influyente, ni importante para el resto del mundo. Sólo es una persona más, un anciano que desea dejar una huella en los que le rodean antes de desaparecer.
Decidió escribir su historia el mismo día que el médico le anunció que estaba perdiendo la memoria. Desde entonces, luchando contra las lagunas de su mente y la escasa fuerza de sus manos, intenta llenar páginas con retazos de sus dispersos recuerdos.
Hemos intentado ayudarle de todas las maneras posibles, transcribiendo sus cuadernos, grabando su voz, ordenando sus notas, pero todo ha sido en vano.
Seguramente debió empezar antes, antes de que las fuerzas le fallaran y de que su memoria se perdiera entre brumas. Ahora los recuerdos van y vienen por su mente como las olas en el mar.
A veces me siento a su lado e intento seguir el hilo de sus historias, pero en su cabeza se entrelazan unas con otras, convirtiéndose en una maraña de fechas y nombres imposible de seguir. Soy consciente de que nunca podrá acabar sus memorias, es una tarea imposible. Él también lo sabe.

Mi abuelo intenta escribir sus memorias, lo hace con la certeza de su fracaso, pero con la convicción de que debe hacerlo. Conoce de antemano lo imposible de su misión y asume su destino con entereza. Es una batalla perdida antes de comenzar, un hombre embistiendo de cabeza contra un muro sin ninguna esperanza de moverlo.

Ahora, cada vez que escucho aquella vieja historia de espartanos y persas, no puedo evitar acordarme de mi abuelo.


Héctor Gomis
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10 – Tribulación


¿Que le voy a hacer si me siento sola?, a pesar de los que me rodean me siento sola, diluida entre una marea de semejantes, silenciada por las voces de mi entorno, por sus opiniones, por sus consejos.
Me encuentro a menudo buscando un lugar de partida, un punto de inflexión desde donde empujar y ganar terreno, terreno para caminar, sitio para respirar aire puro.
Mi entorno, amante, protector, comprensivo, asfixia mi alma.
Busco un resquicio por donde dejar que goteen las pocas fuerzas que me quedan, pero es difícil, me abruma la cordura de mi entorno, todo tan ordenado, tan perfecto, tan concreto y preconcebido.
Soy una pequeñísima parte de una ecuación, imprescindible para su resolución, pero minúscula, inservible fuera de ella. ¿Qué razón tiene todo?, ¿qué hago yo aquí?, ¿Qué objeto tienen mis tribulaciones?

A pesar de todo, la hormiga continuó arrastrando su grano de trigo hacia el hormiguero, igual que hizo ayer, y que hará mañana, y todos los días hasta que su vida se acabe.


Héctor Gomis
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jueves, 13 de agosto de 2009

9 – Totalmente inexcusable


Caballero, su comportamiento es totalmente inexcusable. He tenido que soportar que entrara en mi casa, y que, con todo el descaro del mundo, sedujera a mi mujer y le hiciera el amor violenta y apasionadamente delante de mis narices, y he aguantado estoicamente, observando sus furiosos embates contra mi esposa, solo por mi respeto a las buenas formas y mi enemistad con la violencia, pero lo que no le consiento, y lamento subir el tono de voz pero es que me enerva su actitud, como decía, no le pienso consentir que después de haberse satisfecho dentro de mi amada, se vista como si aquí nada hubiera pasado e intente salir de mi casa sin ni siquiera darle un beso de despedida como es de rigor.


Héctor Gomis
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8 - Los tres meses en los que Don Damián fue inmortal y las increíbles aventuras que vivió en aquellos días – Capítulo II



> Leer capítulo 1


El valor de un hombre se muestra en su capacidad de vencer las adversidades y enfrentar los problemas con buen ánimo y disposición. Es por ello que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que no he conocido ni conoceré en mi vida a hombre de más valía que mi patrón. Si bien no llegó a alcanzar todas las metas que se propuso en vida, indudablemente se enfrentó a los mayores peligros que se pudieran imaginar, y lo hizo con arrojo y osadía. Es por eso que no hay que tenerle en cuenta los breves periodos de decaimiento de espíritu que experimentó en ocasiones, ya que es una ardua tarea imponer la voluntad de un hombre inteligente y valeroso ante la ignorancia reinante de este mundo. Con todo esto quiero manifestar, para que no quede duda alguna, que la repentina depresión que se cernió sobre mi patrón después del accidentado episodio del lupanar fue algo normal dada la carga que llevaba a sus espaldas, y que ni los continuos lloriqueos, ni las horas que pasó en posición fetal llamando a su madre a gritos, ni los tres intentos de suicidio con sobredosis de ginseng y rosa mosqueta llegaron a quebrar mi confianza y admiración por Don Damián.
Tres días después del infausto incidente con aquellas desgraciadas, mi patrón volvió a la normalidad. Para celebrarlo fuimos a desayunar a una bonita cafetería del barrio, donde, según decía Don Damián, tenían los cubiertos más asépticos de la ciudad. Tuvimos que esperar unos minutos, hasta que un grupo de monjas acabaron sus cafés y se marcharon. Una vez el local quedó despejado, pudimos sentarnos sin temor a que Don Damián sufriera uno de sus ataques de pánico religioso. Este profundo temor arraigado en su mente hacía que temblara nada más ver a un cura o una monja, sobre todo si sentía que había pecado últimamente y no se había confesado como era de rigor. Tenía la certeza de que cualquier miembro de la iglesia católica poseía el poder de adentrarse en su alma y descubrir sus pecados con solo mirarle a los ojos, y después de su estancia en el puticlub, la vergüenza y el miedo a exponer su suciedad ante esa santa presencia fueron más fuertes que él.
Mi patrón estaba decaído, su frustrado intento de mantener relaciones sexuales por primera vez le había generado dudas sobre el éxito de su plan vital. Yo, como es fácil de entender, no podía permitir que Don Damián desistiera tan fácilmente, es bien sabido que todo gran hombre, para lograr el éxito en sus proyectos, necesita el apoyo de otras personas que, aunque menos notables, sean fieles aliados y apoyo en sus horas bajas. Por todo lo anterior, dediqué la mañana a animarle y sonsacarle de paso más información acerca de su empresa. Después de no pocos esfuerzos, logré que mi patrón esbozara una sonrisa y, acto seguido, me expusiera sus propósitos.
El plan de mi Don Damián era simple, aunque genial en su simpleza, producto, sin duda, de una mente clarividente y perspicaz. Según mi patrón, todo hombre tenía que realizar en su vida seis tareas para sentirse realizado. Las tres sabidas por todo el mundo, escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo, y tres más que yo desconocía, cazar un león, subir en globo y dar por culo a alguien.
Ante mi asombro por las tres últimas tareas, Don Damián tuvo la deferencia de explicarme cada punto de la manera más llana posible. Esa explicación fue probablemente la exposición más inteligente y hermosa que escuchado de labios algunos. Para que no se perdiera su belleza por una torpe interpretación del narrador, le rogué que lo repitiera para transcribirlo de manera exacta. Estas que vienen a continuación fueron sus palabras tal cual me las dijo en aquella cafetería:

“La explicación de mi plan es muy sencilla. Debo hacer en los tres meses que dure mi inmortalidad lo que una persona normal tardaría toda una vida en realizar, las seis tareas imprescindibles para que uno se sienta realizado, a saber: Escribir un libro, este trabajo es imprescindible para dejar memoria de mis actos para la posteridad, y ante la falta de tiempo para realizarlo, decidí llamarte a ti, amigo mío, para que detallaras de manera fiel mis aventuras de estos tres meses, plantar un árbol será un regalo mío para las generaciones venideras y hará posible un lugar donde puedan recordarme, tener un hijo hará que mis genes se transmitan y así cumpliré con la obligación de perpetuar la especie, tristemente no podré ver en resultado de mi engendramiento, pero cuento contigo para que hables de mí a ese futuro ser, cazar un león será un acto de valentía increíble, cosa imprescindible para todo gran hombre, además será una muestra de la superioridad de nuestra especie ante el más terrible depredador de tierra firme, subir en globo me dará una nueva perspectiva sobre la vida, elevarse despacito cientos de metros y ver como las casas y las gentes se van reduciendo poco a poco, me harán comprender mi verdadera transcendencia, por último está la que quizá es la más chocante de las tres, dar por culo a alguien, de esta no tengo una explicación clara a su por qué, pero siempre he tenido esa ilusión y no quiero irme de este planeta sin probarlo.”

Cada vez que vuelvo a leer sus palabras, noto en mi pecho una punzada de dolor. Recordar aquel feliz día, en el que Don Damián me expuso sus planes, me emociona grandemente, y a la vez me sume en una inmensa pena. Pensar que los tiempos de aventuras se terminaron junto con mi patrón es muy duro. Fue una época difícil, con innumerables fatigas y problemas, pero el mero hecho de estar a su lado y ver como se enfrentaba a las dificultades con la mirada serena y el temple de acero, me infundía un valor desconocido, logrando sacar de mi pobre persona un ser esforzado y bravo como nunca después se ha visto. En fin, debo recobrar mi ánimo, seguro que deseará conocer como continúa la historia y no debo interrumpirla con mis tontas cavilaciones. Ruego me disculpe, querido lector, solo tendrá que esperar lo que dura un suspiro, lo que tarde en prepararme una tila y recomponer mi espíritu, y podrá maravillarse con lo aconteció en la primera tarea de Don Damián.


>Leer capítulo 3


Héctor Gomis
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viernes, 7 de agosto de 2009

7 – Pues resulta que ayer perdí mi abrigo


Pues resulta que ayer perdí mi abrigo. Era un abrigo de piel precioso que me regaló mi madre hace dos años. Me sentaba como un guante y… No, perdona, no me interrumpas. Si me dejas que te lo cuente todo, entenderás la relación del abrigo con lo que te quiero decir. Ten un poco de paciencia por favor.
Como te contaba, ese abrigo era algo más que simple ropa para mí. Fue lo último que me regalo mi madre antes de morir y le tenía mucho cariño, por eso me puse tan triste ayer al perderlo. Por un instante creí que me iba a derrumbar, se que es una tontería, pero me eché a llorar en medio de la calle y no pude parar hasta llegar a casa. El abrigo me recordó a mi madre, y el sentimiento de pérdida se adueñó de mí. Recordé lo mal que lo pasé cuando ocurrió, y el miedo que sentía a volver a pasar por aquello, luego comencé a pensar en cómo me sentiría ante la muerte de otro ser querido y eso me hizo llorar aún más, ya sabes de mi capacidad de autosugestión. Imaginé que mi padre moría de repente, y me sumí en la más absoluta tristeza, luego fantaseé con la posible pérdida de alguno de mis hermanas y un escalofrío recorrió mi espalda, ya sabes que adoro a mis hermanas. Así estuve torturándome con esas enfermizas ideas durante toda la tarde, pensé en lo mal que me sentiría con la desaparición de mis mejores amigos, lloré amargamente la muerte de nuestro perro, y hasta imaginé la muerte de Javier, el tendero de la esquina, que ya sabes que me cae muy bien.
Pues cuando imaginé tu muerte, me ocurrió algo muy extraño. Al principio no sentí nada, una absoluta indiferencia, lo lamentaba por ti, claro está, pero no estaba triste. Esto me extrañó mucho, al fin y al cabo llevamos viviendo juntos tres años y nos queremos, ¿no?, ¿por qué íbamos a casarnos si no fuera así?, así que decidí imaginar como sería mi vida justo después de que murieras y descubrir cuales eran mis pensamientos acerca de ello. Cerré los ojos y fantaseé con un futuro en el que tu no estuvieras conmigo y…, bueno, el resto ya lo conoces, creo que deberíamos separarnos.

Héctor Gomis
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6 – El problema

Buenos días damas y caballeros. Se que la mayoría de ustedes conocen perfectamente la situación que nos ha obligado a reunirnos esta noche, así que intentaré resumir al máximo los antecedentes para aquellos que no estén al tanto de todos los detalles.
Señora Secretaria General, señores presidentes y asesores gubernamentales, debo comunicarles que nuestros intentos de encontrar algún planeta habitable a corto o medio plazo han sido infructuosos. Nuestros científicos nos aseguran que la posibilidad existe, pero la tecnología y la logística para poder realizar un traslado de población a gran escala no serán posibles hasta dentro de al menos sesenta años. Este hecho nos deja muy pocas opciones para atajar el problema que nos amenaza. Hace más de cien años que terminó la última guerra mundial y cayeron los últimos imperios de la tierra. En ese momento, como todos ustedes ya saben, se impuso un nuevo orden mundial basado en el pragmatismo y la organización eficiente de los países. No es necesario recordarles, que la unión que se vivió entre los líderes mundiales después del desastre del treinta y tres fue crucial para resolver las tensiones sociales y políticas que dejaron las guerras. Ahora les pido la misma unión para resolver un problema aún mayor.
Desgraciadamente, la solución a todos los conflictos del pasado, nos ha llevado a los problemas presentes. La estabilidad social y económica que ha regido el planeta durante los últimos cien años, así como la organización lógica de los recursos, nos han llevado a acabar casi por completo con los conflictos bélicos, hambrunas y epidemias que mermaban a la población. Al mismo tiempo, los avances científicos y médicos han logrado duplicar la esperanza de vida mundial.
En este momento nos encontramos en una encrucijada. Hemos llegado al límite del equilibrio entre recursos y población. Los planes de control de natalidad que se pusieron en marcha en la década de los sesenta consiguieron disminuir el crecimiento desenfrenado, pero esto no ha sido suficiente. Simplemente, la tierra no da más de si.

Un murmullo general invadió la sala. Algunos asistentes no llegaron a creer que la situación fuera irreversible y argumentaron posibles soluciones que fueron refutadas con paciencia por parte del orador, otros se acusaron entre si de ser los culpables del problema. Cuando subió la tensión en la sala, el orador cortó los reproches mutuos y continuó su exposición.

Nadie es culpable, y lo somos todos. Nuestros estudios nos indican que no ha habido una excesiva desviación del reparto de recursos. Desde hace muchas décadas la asignación de alimentos y demás bienes necesarios ha sido equitativa entre los países, y ese ha sido precisamente el problema.

Un murmullo aún mayor mostró la desaprobación de los asistentes.

Se que esta afirmación es muy controvertida, pero es tristemente cierta. El hombre es el único animal que no tiene un depredador natural que controle su población. Hasta hace cien años, el hombre era el único depredador del hombre, y las continuas guerras y la desigualdad social que creaba, provocaban matanzas, hambrunas y enfermedades que eliminaban de un plumazo el exceso de población. Pero los padres del nuevo orden mundial acabaron con todo eso. Un siglo de relativa paz, igualdad y prosperidad han provocado que el ser humano se reproduzca por todo el planeta, consumiendo de manera voraz sus recursos, y aunque hemos aprendido a aprovechar al máximo la riqueza de la tierra, esta ya no da más de si. Nos hemos convertido en una plaga para el planeta, y sin la posibilidad de extender nuestra plaga a otros lugares en el espacio, estamos condenados a acabar con él, y por ende con nosotros mismos.

Hubo una pausa en la exposición, y esta vez fue un gran silencio el que envolvió a todos los presentes. Aunque los reunidos allí eran los hombres y mujeres más poderosos del mundo, se sentían abrumados e impotentes ante el escenario que se les planteaba. Habían tenido la suerte de heredar una época de prosperidad y tranquilidad como nunca se había vivido en la historia, y aunque habían sabido gestionar bien esa prosperidad, nunca se habían tenido que enfrentar con un problema de esa magnitud. El orador observó con repugnancia a su público y se dispuso a darles lo que querían. La solución definitiva y drástica que ellos no se atrevían a dar.

Sobra gente. Nuestros estudios dicen que unos mil quinientos millones de personas. Si se cumple el plazo de sesenta años para poner en marcha el traslado masivo a otro planeta, esa sería la cantidad que habría que eliminar para poder aguantar en la tierra hasta entonces. Llegado ese momento, habrá que enviar a otros dos mil millones al espacio en un plazo de diez años, pero ese tema ya se estudiará en su momento. Ahora mismo lo que nos tiene que preocupar es como deshacernos de ese exceso de población.

¿Pero cómo puede decir eso?, ¿son seres humanos?, ¿no puede plantearnos tan fríamente el provocar un genocidio?

El resto del público apoyó con gritos de indignación las palabras del presidente de Paraguay. El orador se mantuvo callado hasta que las protestas cesaron.

Ustedes me llamaron para que les diera una solución al problema. Yo sólo les voy a exponer las posibilidades que se han barajado. De ustedes depende tomar las decisiones. En primer lugar, pueden llamarlo como quieran, pero sobran mil quinientos millones de personas, y eso teniendo en cuenta que las previsiones del traslado espacial sean correctas, si no es así, probablemente sobren más. Eso nos deja una única solución, eliminar ese sobrante. Antes de que se vuelvan a exaltar los ánimos, déjenme decirles que de seguir así, sin hacer nada al respecto, en veinte años no se podrá reconducir la situación, y en otros veinte nos comeremos unos a otros como ratas encerradas. Esto es así de simple. Así que el verdadero problema no es lo que se tiene que hacer, si no el cómo hacerlo de una manera lógica, efectiva y equitativa. Las guerras las hemos descartado, con el actual potencial armamentístico sería muy fácil que la situación se nos fuera de las manos y muriera más gente de la estrictamente necesaria. También hay que evitar la desigualdad: ninguna raza, país o sector social, debe sufrir más que otro, al fin y al cabo, el problema lo hemos causado entre todos. Otro punto importante es evitar el pánico entre la población, esta debe ser una operación llevada a cabo con una precisión quirúrgica, evitando que la gente se entere hasta que todo se haya resuelto. Todos estas cuestiones, y algunas más que no les referiré por ahorrarles su valioso tiempo, son las que nos han llevado a la solución que les voy a plantear.
En el plazo de seis meses podría estar disponible la suficiente cantidad de veneno para acabar con los mil quinientos millones de personas que sobran. Para el reparto hemos pensado que la mejor opción es el azar. Se unirán las dosis de veneno a otra partida de capsulas inocuas, y se debe convencer a la población de la necesidad de tomarlas para vacunarse contra alguna extraña epidemia de nuestra invención. Los medicamentos envenenados y los placebos tendrán el mismo aspecto y serán mezclados, de ese modo el reparto será aleatorio y hará disminuir la población de todos los países de una manera similar. El resto de los detalles de la operación se los proporcionaremos si deciden aprobar nuestra propuesta.
Ahora la pelota está en su tejado. Les aseguro que si aceptan nuestro plan, serán recordados como los mayores criminales de la historia de la humanidad, las generaciones venideras hablarán de ustedes con horror. Nadie les dará las gracias por su sacrificio personal y por los remordimientos que les causará su decisión. Soy muy consciente de que es algo horrible lo que les estoy proponiendo, pero desde luego es la solución a nuestro problema.

La sala se mantuvo en silencio mientras el orador recogía sus papeles y salía de la sala. Ese silencio duró horas.


Héctor Gomis
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